Proverbios 18:10 "Torre Fuerte es el nombre del Señor, a ella correrán los justos y se pondrán a salvo"

viernes, 28 de septiembre de 2007

La Oración

Jesús nunca enseñó homilética (ciencia de exponer la Palabra desde un púlpito) a sus discípulos, pero en cambio sí les enseñó a orar. Jesús quería que conocieran el poder de Dios para que ellos tuvieran poder con los hombres, porque de la oración se deriva el poder.

Hay muchas necesidades en la vida que solamente pueden ser satisfechas por Dios.
Pero para algunos, Dios no va a hacer nada hasta que no los tenga en Su Presencia.

Ahora bien, para que la oración “llegue” a Dios y se pueda ver a Dios obrando, debe contener dos ingredientes: la fe y el fervor. Las dos cosas deben ir de la mano. Si faltan, la oración es probablemente inútil.

Hay gente que ha tenido tantas derrotas en su oración que se la encargan a otros. Llegan a la conclusión, expresada o no de que no saben cómo orar. Entonces necesitamos entender lo que es la Fe y el Fervor y cómo funcionan en la vida espiritual.

Un hombre en peligro en la cima del volcán gritó: “Dios, por favor socórreme.” Esto es fervor, cuando todos los demás recursos se han agotado. Cuando clamamos con este tipo de fervor es cuando Dios escucha nuestras oraciones. En cambio, cuando hay apatía, Dios no escucha. Dios dice: ¿Para qué actúo, si no están realmente pidiendo que yo actúe? Les falta pasión y fervor.” Notemos que no necesariamente son gritos, fervor es estar a punto de ebullición.

Abundancia de pan y ociosidad en exceso, es lo que muchas veces aparta a la gente de Dios. Las iglesias más fervientes son las que padecen necesidad. Un ingrediente que Dios necesita para hacer los milagros es un corazón ardiente.

Lo que hizo que aquel hombre del volcán clamara con fervor, fue darse cuenta que sin Dios no podía hacer nada. Un acto de desobediencia o una serie de desobediencias nos puede colocar en el centro del cráter. Dios aún allí nos oye si clamamos con fervor.

Este hombre fue rescatado por su maestro que ya le había advertido de no ir allí. La historia nos hace resaltar la importancia de la seriedad y la sinceridad de la oración.

Lo que no podemos lograr por medios propios lo logramos a través de la oración.
Dios tiene que primero cerrarnos todas las puertas para que oremos con fervor. No importa la cantidad de palabras, la elocuencia, lo prolongado de las oraciones, lo dulce de la voz, lo bien establecidos que estén los puntos, lo bien organizados, la teología, nada de esto… Dios no mira si las rodillas tienden callos o los zapatos gastados. Lo único que hace que Dios se mueva es el fervor de la oración.

La contraparte del fervor es la conmiseración. Dios no escucha las oraciones (de lástima) de conmiseración por uno mismo.

Cuando David oyó cómo los filisteos (Goliat) blasfemaban a Dios, David le dijo al Rey “Yo lo voy a enfrentar”. Tenía fe y fervor. “Quién es este incircunciso que blasfema al ejército del Dios viviente” (fervor). “Yo me enfrenté con un oso y Dios me libró… también me librará” (fe).

Jesús enseñó: “Cree, y lo vas a recibir”, pero pidámoslo con fervor. Así como un cadáver no es un hombre, una oración fría no es una oración viva. ¿Y si Dios no nos responde? Ese es asunto de Dios.

Necesitamos la ayuda de Dios, no la del hombre. Decía un escritor respecto de David. “La incredulidad dice: no puedo alcanzarlo. La fe dice: ya lo tengo.”

Marcos 7:24-29 Es un gran ejemplo de fe y fervor:
Y levantándose de allí, se fue a los términos de Tiro y de Sidón; y entrando en casa, quiso que nadie [lo] supiese; mas no pudo ser escondido. Porque una mujer, cuya hija tenía un espíritu inmundo, luego que oyó de él, vino y se echó a sus pies. Y la mujer era griega, sirofenicia de nación; y le rogaba que echase fuera de su hija al demonio. Más Jesús le dijo: Deja primero saciarse los hijos, porque no es bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos. Y respondió ella, y le dijo: Sí, Señor; pero [aun] los perrillos debajo de la mesa, comen de las migajas de los hijos. Entonces le dice: Por esta palabra, ve; el demonio ha salido de tu hija.

Ciertamente son palabras duras, pero es una verdad espiritual. Debemos orar con el fervor de creer que una migaja de Jesús es suficiente.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Venciendo las Preocupaciones

Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.
Filipenses 4:6

El número de personas preocupadas va en ascenso en todo el mundo al igual que las enfermedades sicosomáticas. ¿La razón? Las preocupaciones.

Cuando éramos niños nos dormían con una historia de hadas con final feliz, pero hoy en día nos vamos a la cama luego de escuchar las noticias y la gran mayoría de estas incrementan las preocupaciones.

Una figura de triunfo en la Biblia es el águila, un animal que es capaz de volar por encima de la tormenta. Aplicado a los humanos, ello significaría que podríamos ser capaces de remontarnos por encima de las circunstancias. Lo opuesto al águila es la gallina, un ave que no puede volar. No se ofenda, pero en este aspecto, tristemente actuamos como las gallinas frente a nuestros problemas.

Dios desea que tengamos control de nuestra vida. Muchas veces los problemas comienzan a ejercer presión y nos obligan a tomar decisiones apresuradas. Las preocupaciones son un fuerte generador de presión interna y no nos dejan asirnos a Dios a pesar de que los Salmos están llenos de la palabra: “Esperaré…”

En lugar de esperar, nos vienen a la mente preguntas y frases de urgencia: “¿Cómo le voy a hacer?,” “Es que es urgente,” etc. Ellas son el resultado de la presión, nos obligan a tomar decisiones YA y además acallan lo que es importante. Entonces las preocupaciones nos roban aquello que vale la pena.

En Filipenses 4:6 se nos indica que aprendamos a orar, que tomemos cada problema como una oportunidad de acercarnos a Dios y a usar esa situación para aprender a ser específico ante Dios. Ciertamente hay poder en la oración y no se diga en la respuesta de Dios. Desatemos dicho poder.

Algunos consejos para tratar de disminuir la presión de las preocupaciones:
1. Identificar el límite de lo que podemos hacer. Mucha gente vive fuera de ese límite, como los que piden prestado más allá de su capacidad de pago. Los límites, al igual que la medida de fe, son diferentes para cada persona. No deberíamos hacer nada que esté fuera del alcance de nuestra fe y además seamos congruentes con nuestra verdadera fe, no con la que creemos tener.

2. Determinar el límite de nuestra responsabilidad. Y es que muchas veces asumimos responsabilidades que no son propias, ya sea por presión externa o incluso por manipulación. De hecho no deberíamos asumir ni siquiera los problemas de nuestros hijos. Debemos educarlos y guiarlos en su crecimiento, si, pero no comprar sus problemas una vez que salieron de nuestra protección.

3. Si las preocupaciones sobrevivieron los puntos anteriores, debemos llevarlas en oración ante Dios y soltarlas. No es suficiente orar, sino en fe asignar el resultado a Dios. Con esto la responsabilidad de producir una solución favorable a nuestro problema que se salió de control, recae en Dios. No se trata de no hacer nada por el problema, se trata de hacer lo que esté en nuestras manos, pero sin "estresarnos" por el desenlace, el cual dejamos en las manos de Dios.

Y por supuesto, debemos dar gracias a Dios después de orar.